Puedo tener bien argumentada mi huida de ti, perfectamente planeada, pero siempre acabas revocándola con tus ojos, con tu sonrisa, con tu arsenal femenino. Vuelves mis armas contra mí y acabo a tus pies, como siempre, sometido. Y luego me dices que no, que no quieres hacerme daño, que (introduzca palabras aquí). Y yo trago o pico y entonces no sé. Me siento tan traicionado como Pinocchio cuando, consciente de su libertad por primera vez, se encuentra, desdichado de él, con malas compañías y acaba en la más absoluta miseria. Para mí no existe ningún Gepetto que pueda rescatarme o insecto con frac que me hable al oído (aceptaría arañas, porque sé que te asustan). Realmente no sé si existe o si los ignoro, porque una parte de mí me grita: "Aléjate, huye"; y yo acabo evitando esos comentarios.
Una vez más, un nuevo día, volveré a intentar no caer en tus redes y yo, únicamente, no pido más que te alejes de mí y que me olvides. O eso creo, no sé.