No esperes entenderlo...

sábado, 27 de agosto de 2011

¿Delincuente quién?

Continuación de Delincuente


Resopló y entonces empezó a manipular la mercancía prácticamente a oscuras. Por lo poco que vi, parecían unos polvos plateados de tacto arcilloso y extremadamente difíciles de manipular. Por lo general lo más fuerte suele ser muy valioso y el tipo de aspecto rudo estaba teniendo especial cuidado en lo que hacía. Yo, con toda mi buena fe, le ofrecí la luz que desprendía la pantalla de mi móvil. Al principio me miró con una mezcla de fiereza y de alarma, pero cuando vio que tomaba especiales precauciones para que no se viera más allá de su pie y que no pasaba nada, se calmó y siguió a lo suyo. Concentrado en desmenuzar cada grumo. Desde luego, no era lo que yo esperaba por traficante peligroso. No es que confiara en él si me lo cruzara por la calle pero tampoco era el típico gorila capaz de arrancarte la piel a tiras por un miligramo de su mercancía. Media melena morena y de rostro enjuto con ojeras marcadas y de ropas oscuras. Tampoco muy alto ni fornido, si no fuera por esa siniestra aura que le rodea se podría decir que es un miembro más de nuestra sociedad, quizá en otros tiempos lo fue y la vida le había llevado hasta allí.
El tiempo pasaba y yo me preguntaba cuánto faltaba para que todo eso terminara, no sabía siquiera el dinero que me iba a pedir el tipo cuando acabara y no llevaba mucho encima porque se supone que iban a actuar antes de que diera tiempo a pedirme nada. Por esa vez, la sensatez pudo a los nervios que volvían a levantarse. Volví a inspeccionar el lugar desde donde estaba, me di cuenta de lo difícilmente inaccesible que era el lugar en el que nos encontrábamos y de lo fácil que podría salir algo mal. Estábamos bastante alejados de los muros y entre innumerables vagones y vías, sin ningún tipo de acceso por el techo. El plan cojeaba, y si lo sabía hasta yo, que no tenia ningún tipo de preparación en actuaciones policiales, seguramente es que habría más problemas.
El tipo siniestro levantó la mirada ofreciéndome una cápsula blanca de lo más corriente. ¿Qué podía hacer? ¿cogerla y aparentar normalidad?, me pediría el dinero. ¿Robarla? No podía pensar en serio eso, tenía una pistola y, a pesar de su aspecto un tanto dejado seguramente, buena puntería. Interrumpió mis pensamientos:
- No sé qué te hace querer probar esto, pero te pediría que recapacitaras acerca de lo que vas a hacer - clavó su mirada caída en mis ojos.
¿Por qué había dicho eso? ¿no se supone que es un traficante y que vive de eso? No creo que muchas compañías tabaqueras te adviertan de lo que te va a pasar antes de venderte un paquete, y mucho menos cuando el paquete es tan caro.
- Esta mierda te destroza la vida, y ni siquiera es necesario consumirla para ello - continuó. Parecía... ¿avergonzado?

Volví a vacilar y me consumieron definitivamente los nervios. Intenté calmarlos apoyándome en un vagón frente a él. Me temo que de todas las acciones que hice mal esa noche, ésa en especial, que aparentemente era la más inofensiva para mi objetivo, fue la más desastrosa. Al parecer ese vagón no estaba en buen estado y al apoyarme deje caer una barra suelta que hizo un gran estruendo al caer en el suelo del vagón. En medio de un concierto apenas se habría escuchado, pero, en medio de una nave abandonada, sonó como si hubiera caído un rayo en el interior. Me di la vuelta en el momento en que el tipo siniestro daba media vuelta a toda prisa para huir del lugar. No me di cuenta, pero los cuerpos policiales habían comenzado a entrar por las rejas laterales a toda prisa. Tras él. No podría decir por qué lo hice, quizá la adrenalina o quizá mi sentido del deber o no querer pasar unos años en prisión pero la cuestión es que fui tras él, lo que no tenía claro era mi intención: detenerle o ayudarle.

viernes, 26 de agosto de 2011

Delincuente

No soy ni fuerte, ni peligrosamente inteligente, ni audaz, ni mucho menos un delincuente; pero claro, sentado en un despacho a oscuras mientras un oficial te apunta a la cara con la típica lámpara que lo único que consigue es cegarte, uno se pregunta muchas cosas sobre sí mismo. ¿Qué he hecho yo para merecer ésto?, ¿qué me van a hacer?, ¿podré seguir con mi vida? No parecía que en ese momento tuvieran una respuesta rápida.
Otra de esas historias en las que sin comerlo ni beberlo aparezco inmerso de lleno completamente.

- ... el caso es que, puesto que tu delito no implica daños personales, podrías trabajar para nosotros para evitar la condena - decía el que sostenía la lámpara hacía un minuto, que ahora se paseaba de un lado a otro.
Bueno, ésto era nuevo. Al parecer, esta vez sí me había metido en algún tipo de lío, aunque no me atreviera a preguntar cuál. Por esta falta de información mi boca permaneció sellada y solo pude asentir vágamente con la cabeza.
- Es un trabajo sencillo: te llevamos a la estación de trenes abandonada, corren rumores de que allí se esconde un famoso traficante que lleva dándonos esquinazo varios meses, debes buscarlo y cuando lo encuentres fingir un intercambio. En cuanto tengamos pruebas suficientes iremos por él y todo habrá terminado - terminó la última frase mirándome fíjamente desde las sombras.
No me hacía especial gracia pasearme por una nave abandonada de noche y encontrarme con tipos que pueden dejarme sin garganta en pocos segundos pero al parecer era mi única alternativa. Volví a asentir.


No tardaron mucho en pedir mi colaboración. Me reclamaron esa misma noche para cumplir mi parte del trato. Una vez me soltaron me puse a caminar y mientras tanto repasé mentalmente el plan. Al minuto ya había terminado y aún tenía la nave a unos 300 metros. No me gustaba demasiado, me habían dicho qué hacer pero no cómo, y se supone que ellos son los expertos y yo solo una marioneta más que no sabe de nada más que no sea de lo suyo. Estaba jodido, me iba a encontrar con un tipo peligroso y los nervios bramaban por dejarse ver. Algo me decía que aquellos que iban por droga, o la sustancia que me fueran a dar, no iban sudando de los nervios.
Alcancé la entrada. La fachada por la que llegué tenía tres grandes puertas y dos de ellas estaban entreabiertas así que crucé una de ellas. El sitio era inmenso y aún seguía conservando cientos de vagones y varios cruces de vías muy traicioneros. En la parte alta de todos los muros, sobre unos pasillos a una 2ª altura con acceso a varias puertas y a los que se subía por varias escaleras, había unos grandes ventanales que dispersaban la luz de la luna por todo el recinto. A un lado había una entrada amplia con unas vallas para disuadir a los que quisieran entrar. Intenté en vano ser silencioso, digo en vano porque no es precisamente sencillo caminar entre vías a oscuras sin saber a dónde ir y los tropezones se sucedían constantemente. Mientras me dirigía a la zona un poco más oculta por las sobras me sentía observado por todos los ángulos, como si fuera el actor de una obra de teatro. La presión en ese momento era inmensa.
Tras pasar una columna uno de mis pasos sonó más bien como un resorte. Me detuve y en ese momento alguien llamó mi atención chistando desde mi derecha. Cuando pude girarme lo primero que vi fue un cañón en mi frente. Intenté mantener la calma.
- Amigo, amigo... - vacilé.
- ¿Qué vienes a buscar aquí? - preguntó el tipo desde las sombras, sólo veía la ceniza incandescente de su cigarro.
- Lo que puedas ofrecerme, pero baja primero la pistola - conseguí calmarme un poco al ver que la bajaba.
- No muchos saben que estoy aquí, quería asegurarme.
- Apuntar con una pistola a los curiosos no es lo más seguro para que no sepan que estás aquí, me temo - me mordí la lengua tras acabar esa frase, poco después sentí cómo fruncía el ceño.
- Bueno no tengo todo el día, ¿qué buscas?
- Lo más fuerte - me dediqué a hacer frases escuetas.
Dudó unos instantes, salió lo suficiente de las sombras como para que se distinguieran sus rasgos faciales, me inspeccionó de arriba a abajo, me dio la impresión de que no era el típico tío que le pedía la sustancia más fuerte, e hizo una mueca para finalmente decir:
- ¿Conoces las consecuencias de tomar lo que te voy a dar?
Afirmé con toda la seguridad que pude aparentar.


viernes, 12 de agosto de 2011

Cocinando

Tú, como tantas otras veces, inmersa en tu mundo evitas mi conversación sin sentido.
¡Pop! De repente, tu burbuja explota y caes a la Tierra de nuevo.
- ¿Qué? - preguntas, como si te interesara lo que te estaba diciendo.
Sonrío.
- Nada, que te quiero.


La Dispute by Yann Tiersen on Grooveshark

Dedicado a ti, por todos esos buenos ratos.

martes, 9 de agosto de 2011

Instrucciones para empezar un día

Distraído pero atento a lo que me rodeaba (como siempre), andaba de camino a casa junto a mis padres. Ésta vez sin prestar mucha atención a su conversación, algo que tampoco me extrañó demasiado, atribuirlo a las cenizas de mi adolescencia en su fase pasota/rebelde no fue difícil. Todo parecía normal por aquel camino que habré recorrido unas 1000 veces, quizá más tranquilo de lo habitual y únicamente perturbado por nosotros tres.
Desde luego, estaba bastante alejado de lo que decían mis padres porque llegó un momento en que dejé de oírles para empezar a escuchar música. Desde que empecé a pensar por mí mismo y a sacar mis propias conclusiones serias (aunque al principio fueran tan solo vanos intentos) escucho música, así que tampoco me extrañó que mi mente, acostumbrada a tal fluir de notas, recreara sonidos que, por supuesto, eran canciones que ya conocía. No me quedo fácilmente con la letra de las canciones pero desde siempre me han llamado la atención bastante y me resulta fácil quedarme con los ritmos de batería (o con una buena melodía a la guitarra o riff). Y como batería, uno de los que más han trillado y cultivado mis oídos es Danny Carey, batería de Tool. Todo un deleite para cualquier amante de ritmos quebrados y el arte de los golpes bien dados. Como es habitual, mis pasos fueron en comunión con las baquetas de Danny.
Es increíble la potencia de la mente y en momentos como esos, y cada vez que lo recuerdo, me doy cuenta de lo poco que la utilizo en el resto del día (tristemente). Le resto importancia. Mis pasos me llevan hasta una avenida, que también reconozco, aunque solo a altas horas de la madrugada tan escasa de tráfico. Limpia y a una luz propia del atardecer, con el sol sobre el horizonte alargando las sombras de los árboles. Sube el volumen de la música. No es mi cabeza, el sonido viene de una pequeña carpa al nivel del suelo rodeada de unos pocos oyentes. Mis padres se esfuman, se desvanecen, como espectros; le vuelvo a restar importancia, sigo hipnotizado por los sonidos, algo me atrae. Pocas veces que yo recuerde mi corazón ha dado tal bote, un chute de energía que no sé si se volverá a repetir. Demonios, ahí estaban. Todos además: Maynard, Justin, Danny y Adam. Era increíble. Había más gente tras la mesa allí plantada que no pude reconocer hasta que mis ojos enfocaron algo más que a ellos. Pude reconocer entre esas personas al excéntrico tenor de la barba y ojos desorbitados conocido como Serj. Cuando volví la vista para comprobar si de verdad estaban ellos allí tan solo quedaban Adam y Justin que empezaron a tocar tras dicha mesa apasionadamente, siguiendo un ritual hermoso, sin amplificadores consiguiendo que sonara por toda la avenida.
Un espectáculo corto pero tan real como si fuera algo más que un sueño.

La canción que sonaba mientras andaba.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Voces del pasado

Me hablaban, me disuadían de seguir. Yo intentaba convencerme de lo contrario. Quería continuar. Ya no sé si me daré cuenta algún día de que no sé (o que no puedo), de que cada vez más me cuesta escribir. Disculpad (si es que alguien me lee) de si mis entradas son repetitivas, pero es que le doy tantas vueltas a la misma canción que incluso sueño con ella.

Inspiración, ¿a dónde te has mudado? Tan solo me queda disfrutar del trabajo de otros desde la incapacidad de crear por mí mismo. Como si estuviera atado en el centro de un cubículo iluminado y agradable (como todos pensáis, la habitación acolchada de un manicomio) de cuyas paredes blancas saliera música, o aparecieran textos, que acompañados por los sonidos se volvieran mucho más intensos, o una vorágine de imágenes proyectadas en esos muros me rodeara. Y, sin previo aviso, todo eso desapareciera, fuera liberado y me encontrara con las ideas de frente, pudiendo manipularlas en mi mente, dándoles forma. Pero sin oportunidad de darles materialidad, por falta de medios... o de fuerza para llevarlo a cabo.