Resopló y entonces empezó a manipular la mercancía prácticamente a oscuras. Por lo poco que vi, parecían unos polvos plateados de tacto arcilloso y extremadamente difíciles de manipular. Por lo general lo más fuerte suele ser muy valioso y el tipo de aspecto rudo estaba teniendo especial cuidado en lo que hacía. Yo, con toda mi buena fe, le ofrecí la luz que desprendía la pantalla de mi móvil. Al principio me miró con una mezcla de fiereza y de alarma, pero cuando vio que tomaba especiales precauciones para que no se viera más allá de su pie y que no pasaba nada, se calmó y siguió a lo suyo. Concentrado en desmenuzar cada grumo. Desde luego, no era lo que yo esperaba por traficante peligroso. No es que confiara en él si me lo cruzara por la calle pero tampoco era el típico gorila capaz de arrancarte la piel a tiras por un miligramo de su mercancía. Media melena morena y de rostro enjuto con ojeras marcadas y de ropas oscuras. Tampoco muy alto ni fornido, si no fuera por esa siniestra aura que le rodea se podría decir que es un miembro más de nuestra sociedad, quizá en otros tiempos lo fue y la vida le había llevado hasta allí.
El tiempo pasaba y yo me preguntaba cuánto faltaba para que todo eso terminara, no sabía siquiera el dinero que me iba a pedir el tipo cuando acabara y no llevaba mucho encima porque se supone que iban a actuar antes de que diera tiempo a pedirme nada. Por esa vez, la sensatez pudo a los nervios que volvían a levantarse. Volví a inspeccionar el lugar desde donde estaba, me di cuenta de lo difícilmente inaccesible que era el lugar en el que nos encontrábamos y de lo fácil que podría salir algo mal. Estábamos bastante alejados de los muros y entre innumerables vagones y vías, sin ningún tipo de acceso por el techo. El plan cojeaba, y si lo sabía hasta yo, que no tenia ningún tipo de preparación en actuaciones policiales, seguramente es que habría más problemas.
El tipo siniestro levantó la mirada ofreciéndome una cápsula blanca de lo más corriente. ¿Qué podía hacer? ¿cogerla y aparentar normalidad?, me pediría el dinero. ¿Robarla? No podía pensar en serio eso, tenía una pistola y, a pesar de su aspecto un tanto dejado seguramente, buena puntería. Interrumpió mis pensamientos:
- No sé qué te hace querer probar esto, pero te pediría que recapacitaras acerca de lo que vas a hacer - clavó su mirada caída en mis ojos.
¿Por qué había dicho eso? ¿no se supone que es un traficante y que vive de eso? No creo que muchas compañías tabaqueras te adviertan de lo que te va a pasar antes de venderte un paquete, y mucho menos cuando el paquete es tan caro.
- Esta mierda te destroza la vida, y ni siquiera es necesario consumirla para ello - continuó. Parecía... ¿avergonzado?
Volví a vacilar y me consumieron definitivamente los nervios. Intenté calmarlos apoyándome en un vagón frente a él. Me temo que de todas las acciones que hice mal esa noche, ésa en especial, que aparentemente era la más inofensiva para mi objetivo, fue la más desastrosa. Al parecer ese vagón no estaba en buen estado y al apoyarme deje caer una barra suelta que hizo un gran estruendo al caer en el suelo del vagón. En medio de un concierto apenas se habría escuchado, pero, en medio de una nave abandonada, sonó como si hubiera caído un rayo en el interior. Me di la vuelta en el momento en que el tipo siniestro daba media vuelta a toda prisa para huir del lugar. No me di cuenta, pero los cuerpos policiales habían comenzado a entrar por las rejas laterales a toda prisa. Tras él. No podría decir por qué lo hice, quizá la adrenalina o quizá mi sentido del deber o no querer pasar unos años en prisión pero la cuestión es que fui tras él, lo que no tenía claro era mi intención: detenerle o ayudarle.