No esperes entenderlo...

jueves, 27 de febrero de 2014

28 de febrero

Hace ya mucho desde que escribí mi última entrada. Supongo que esperaba que esta fuera especial, pero en realidad tan solo esperaba tener algo que contar. Algo que mereciera la pena ser recordado... por mí. Han sido muchas las experiencias recogidas fuera de mi país natal. Mucha la gente conocida y los buenos ratos pasados con ellos pero, al igual que estos ratos, también llegan las despedidas. Parece fácil recordar que todo lo que empieza tiene que acabar, pero acabas olvidándolo cuando son 3 semanas las que llevas junto a un par de personas en tu vida. No me preguntéis a mí, así es como se comporta el cerebro humano. Y llega el momento en que quedan unas horas hasta su partida y se te abre una fisura en el corazón. Sí, en el corazón. El cerebro ni se inmuta, no tiene cabida en este texto. Ya son 3 las fisuras que cargo este mes, que espero cicatricen para que no reviente cuando marche de vuelta y tenga que despedir a toda esta gente. Pero sin embargo hay una que dejará cicatriz, y no tengo idea de por qué. No fue extraordinaria, no fue una relación al uso, pero ella me completaba de algún modo y sin quererlo. Sin quererlo también en cierto modo me sentía celoso de las miradas que otros le ponían encima, aún sabiéndome carente de posibilidades. En esto ella fue muy respetuosa conmigo, en cierto punto. Sin quererlo a veces respiraba su perfume cuando pasaba a mi lado. Sin quererlo. Y es por ello que quería dejar esto plasmado aquí. Para mí, sobre todo. Y ojalá pudiera escribir el aroma o las risas que le arrancaba de vez en cuando, o su indiferencia, pues me enseñaría mucho acerca de las relaciones humanas. Pero supongo que solo puedo quedarme con la imagen de su pelo. Un pelo cobrizo del cual de un momento a otro podría surgir un fénix sin provocarte apenas una mueca. Porque, si existen los fénix, ese tiene que ser un lugar perfecto para ellos donde esconderse.


Es tarde, o pronto, y ni siquiera sé por qué estoy escribiendo esto, o no lo sabré mañana cuando lo relea y diga: "Menuda basura".



Y también echaré de menos sus labios.


lunes, 18 de marzo de 2013

En tu red

Déjame libre. Te pido que me desates ya. Hubo un tiempo en que lo creí pero ahora ya no. Existe vida más allá, déjame descubrirla. Si no la hay, dame también mi oportunidad de acabar con ella si ese es mi deseo. Arregla de alguna forma la situación que has creado porque cuando te veo flaqueo y entonces no pienso y entonces no sé.
Puedo tener bien argumentada mi huida de ti, perfectamente planeada, pero siempre acabas revocándola con tus ojos, con tu sonrisa, con tu arsenal femenino. Vuelves mis armas contra mí y acabo a tus pies, como siempre, sometido. Y luego me dices que no, que no quieres hacerme daño, que (introduzca palabras aquí). Y yo trago o pico y entonces no sé. Me siento tan traicionado como Pinocchio cuando, consciente de su libertad por primera vez, se encuentra, desdichado de él, con malas compañías y acaba en la más absoluta miseria. Para mí no existe ningún Gepetto que pueda rescatarme o insecto con frac que me hable al oído (aceptaría arañas, porque sé que te asustan). Realmente no sé si existe o si los ignoro, porque una parte de mí me grita: "Aléjate, huye"; y yo acabo evitando esos comentarios.
Una vez más, un nuevo día, volveré a intentar no caer en tus redes y yo, únicamente, no pido más que te alejes de mí y que me olvides. O eso creo, no sé.

domingo, 24 de febrero de 2013

Siestas de febrero

Me sudaban las manos no sabes cuánto. Y es que tú, maldita seas, me alteras hasta tal punto que, a veces, cuando te lanzo una caricia furtiva me tiembla el pulso. Y no sé. Afortunadamente, pude adentrarme en la habitación sigilosamente. Y ahí te encontré, envuelta entre sábanas plácidamente dormida en la habitación alumbrada sólo por el atardecer que se colaba entre las lamas de la persiana. En aquel ambiente cálido sólo se podía oír, permaneciendo unos segundos en silencio, el sonido de tu respiración. Pausado y muy débil. Por lo visto, tenías un sueño agradable. Desde la puerta, se podía imaginar la figura dibujada por la sábana. Tu cuerpo ligeramente recogido sobre sí mismo parecía gritar que te abrazara, que te protegiera, pero no quería intentarlo, despertarte y que te dieras cuenta de que no era la persona que esperabas. Sin embargo, me acerqué a la cama porque quería observarte más de cerca antes de irme. En unos pocos pasos llegué hasta la cama y me puse de rodillas en el borde ésta. La imagen era aún más tierna de cerca. Un par de mechones de tu larga melena caían sobre tu cara que permanecía seria sin llegar a ser triste, sólo concentrada en tus sueño. Tus labios ligeramente abiertos brillaban por efecto de la saliva. No pude evitar sonreír ante tal agradable escena. No quería estropearla, pero llegados a ese punto no podía irme sin más, no podía. Así pues, retiré esos mechones de pelo cuidadosamente y besé tu frente entonces despejada dejando ahí toda la ternura que durante esos minutos había acumulado. Frunciste el ceño mientras me alejaba y te acomodaste para continuar con tu sueño. Me incorporé, te arropé delicadamente y salí de allí no sin antes volver a mirar atrás.


Y sí, éste es para ti y sólo para ti.


miércoles, 23 de enero de 2013

Caprichos de la genética I

1789 en plena revolución francesa, la inmortalidad y yo, no nos llevábamos demasiado bien. Tanto tiempo juntos que ya no era capaz de recordar cuándo empezó que me dedicaba a jugar con los acontecimientos de la historia. No con los determinantes para el curso de la historia mundial, sino con los pequeños. Las perlitas. Es por esto que iba en busca de romances frustrados y familias separadas. Llámame cruel, pero si alguna vez sacaba una sonrisa, unas lágrimas de emoción, comunicando, 20 años después de la muerte de un marido tras su desaparición, a su viuda que éste aún la quería y que no cesó de buscarla, se me llenaba el alma.

Casi siempre me gustaba estar en pleno hervidero de acontecimientos, por eso intentaba viajar todo lo que los medios de cada época me lo permitían hasta lugares de conflicto. Por aquella época, como puedes imaginar, me encontraba por París. Una París muy diferente a la que conocemos actualmente: lúgubre, húmeda y mugrienta un 90% de ella donde nunca se ponía el sol debido a la humareda de las chimeneas de las casas. Un olor muy intenso (tampoco tanto, si lo comparaba con el medievo) y la mayoría del tiempo gente yendo y viniendo deseosos de una nueva época para la nación. Paseando por una calle especialmente estrecha con los candiles permanentemente encendidos debido a la falta de luz me encontré de frente con una especie de cárcel/prostíbulo. No sabría muy bien cómo definirlo. Una casa de dos plantas cuya fachada empedrada era tan negra como el resto de la calle. Las ventanas desprendían un sinuoso vapor acompañado de gemidos de todas las clases. No sé qué clase de ridículo impulso me llevó a entrar ahí. La luz dentro era más tenue aún que en el exterior y por cada rincón de ese oloroso (dentro sí que era fuerte) lugar podías encontrar lujuria. Al poco de recorrer la zona de la entrada bien parecida a una tasca, con la barra a la derecha y unas mesas a la izquierda, apareció una señora regordeta, sudada y recolocándose el pelo a preguntar qué quería recorriendo mi pecho con sus no muy agradables manos.

- ¡Carne fresca! ¿Qué deseas, guapo? - me dijo tratando de disimular el alcohol etílico en sangre.

Realmente, no buscaba nada, pero quería quitármela de encima ya que su olor y sus manos mugrientas me daban nauseas y no me soltarían si intento escabullirme.

- Quisiera ver qué clase de chicas tienes - dije mientras trataba de mantener mis entrañas dentro.
- ¡Muy bien! - y sonrió dejando ver huecos que, en su día, eran ocupados por dientes.

Me arrastró por la planta baja y por la primera planta sin ver nada interesante más que ojos vacíos y agotados, algunos cuerpos desmayados en las esquinas. Un panorama deprimente para el sexo, pero en la época no había más variación. Por último, me bajó por unas escaleras hasta un sótano donde había celdas y en el interior de cada una, una mujer.

- Estas chicas son itinerantes. Van de ciudad en ciudad movidas por manos ajenas. Deberías aprovechar para tomar alguna si te interesa.

Todas parecían exactamente iguales a las de arriba hasta que vi la penúltima celda del pasillo. Una muchacha joven en apariencia, llegaría justa a la veintena de edad, permanecía sentada en un camastro mirándose las manos. Me sorprendió en concreto su aspecto, ya que la mayoría de mujeres, debido a una vida de excesos, aparentaban el doble de edad. El efecto de nuestra presencia proyectó una sombra que la alertó de que no estaba sola y se giró hacia mí. Su rostro a la luz del candil tras de mí era impoluto. Un par de manchas de hollín no perturbaban la luz de sus ojos verdes que se centraban principalmente, sobre mi silueta. Yo... yo... no tenía palabras y es que creo que me enamoré de la imagen por siniestra que pudiera parecer. Me introdujo en una atmósfera en la que el exterior no importaba, apenas notaba el olor que desprendía la señora que parecía regentar el lugar que permanecía a mi lado. Estuve apenas un par de minutos que me parecieron horas. Lástima que mi ensoñación fuera bruscamente cortada por la señora que de pronto parecía nerviosa y se apresuró en echarme del lugar sin dejarme tiempo a articular palabra para tras sacar a los clientes del lugar, cerrar a cal y canto. Nunca supe por qué hizo lo de aquella noche, pero sabía que volvería a por la muchacha a sacarla de ahí, fuera como fuera.

Así pues, volví a la noche siguiente en su busca. Bajé directamente a la parte inferior del lugar hacia la última celda, para comprobar que aún seguía ahí, que sus ojos no se habían apagado. Volví a proyectar la misma sombra que la noche anterior, pero nadie ni nada se inmutó en su interior. No estaba. A continuación, fui a buscar a la casera del lugar a preguntarle por ella. La encontré en la bajada de la escalera. Me dijo que la habían trasladado a Florencia, como ya me había comentado: eran chicas itinerantes, las mueven sin previo aviso. Abandoné aquel lugar no sin antes escuchar un negocio de la casera con un hombre altamente ebrio que quería venderle su pene por unas copas. Ella aceptó mientras cogía un cuchillo y yo salí. Menuda decepción. Aquella noche la ciudad parecía más oscura que las anteriores, al menos dentro de mí lo parecía.

Después de haber vagado por aquella ciudad retirando tierra, conseguí encontrar una mena, un diamante en bruto, que tan pronto como apareció, desapareció de mi vista, para no ser encontrado nunca más.


domingo, 16 de septiembre de 2012

Caras sin rostro

Ayer volvió a atacarme esa sensación. Estoy solo, sin importar qué intente.
Salí solo de casa y me sentí así todo el tiempo que estuve fuera. No importaba con cuánta gente me pudiera encontrar, a cuánta saludé o abracé. En cuanto salí, mi cuerpo sólo era un cascarón de un yo diminuto nadando en su interior, que escuchaba murmullos de las conversaciones vagas que mantenía. Tampoco el contacto humano era el mismo: frío, rutinario, aparentemente obligatorio. Sonrisas que, desde mi punto de vista, parecían vacías. Cuestión de cortesía, de educación. Evidentemente, no culpo a nadie más que a mí mismo. Una vez me introduzco en mi burbuja, en mi cascarón, no hay nada que pueda hacerme salir. Lo hubo, pero ya no. No me queda sino dejar el tiempo pasar.
Ayer no era un día para mí, es mi conclusión final.

Hours of Wealth by Opeth on Grooveshark

domingo, 12 de agosto de 2012

- ¿Me quieres?
- Seguro, ¿y tú?
- Sólo a veces.
- ... Adiós.
- Pero no quiero que te vayas.

martes, 31 de julio de 2012

3 muertes más

Las gotas calientes aún caían de la alcachofa. El vaho inundaba la pequeña estancia y su corredero anexo, en él un cuerpo inmóvil reposaba la espalda sobre la pared, aún fijando los ojos llenos de lágrimas sobre su frustrante obstáculo.
De sus tobillos corría sangre pero ese dolor era incomparable al que sentía su brazo: inevitablemente se había encontrado con el codo de su agresor dejándolo partido. En la piel del individuo asomaba una astilla.
Pronto el dolor iba a acabar. El miedo arrebató la cordura del cuerpo e intentó escapar inútilmente mientras veía al jóven portando un cuchillo de 20 cm de hoja. Se retorció de asco cuando se acercó a escasos centímetros de su cara, puso una mueca e intentó demostrar su desagrado mediante un esputo, que la mordaza evitó que saliera de su boca.

Un instante.

De su boca emanaba el vino maldito de un hijo de Dios.
Sus ojos imploraban al cielo por su alma ya en la basura.
El fin.
El asesino se retiró dejando a su semejante ahí.
Y un instante después de haberse despedido de sus padres recién asesinados brutalmente, abrió el grifo de la ducha y atravesó el pasillo difuminado por el vapor caliente para abandonar el lugar.


Texto recogido de mi antiguo fotolog dedicada a la señora inspiración que me ha ido abandonando con el tiempo.
Buen viaje


If I Had a Heart by Fever Ray on Grooveshark