No esperes entenderlo...

domingo, 24 de febrero de 2013

Siestas de febrero

Me sudaban las manos no sabes cuánto. Y es que tú, maldita seas, me alteras hasta tal punto que, a veces, cuando te lanzo una caricia furtiva me tiembla el pulso. Y no sé. Afortunadamente, pude adentrarme en la habitación sigilosamente. Y ahí te encontré, envuelta entre sábanas plácidamente dormida en la habitación alumbrada sólo por el atardecer que se colaba entre las lamas de la persiana. En aquel ambiente cálido sólo se podía oír, permaneciendo unos segundos en silencio, el sonido de tu respiración. Pausado y muy débil. Por lo visto, tenías un sueño agradable. Desde la puerta, se podía imaginar la figura dibujada por la sábana. Tu cuerpo ligeramente recogido sobre sí mismo parecía gritar que te abrazara, que te protegiera, pero no quería intentarlo, despertarte y que te dieras cuenta de que no era la persona que esperabas. Sin embargo, me acerqué a la cama porque quería observarte más de cerca antes de irme. En unos pocos pasos llegué hasta la cama y me puse de rodillas en el borde ésta. La imagen era aún más tierna de cerca. Un par de mechones de tu larga melena caían sobre tu cara que permanecía seria sin llegar a ser triste, sólo concentrada en tus sueño. Tus labios ligeramente abiertos brillaban por efecto de la saliva. No pude evitar sonreír ante tal agradable escena. No quería estropearla, pero llegados a ese punto no podía irme sin más, no podía. Así pues, retiré esos mechones de pelo cuidadosamente y besé tu frente entonces despejada dejando ahí toda la ternura que durante esos minutos había acumulado. Frunciste el ceño mientras me alejaba y te acomodaste para continuar con tu sueño. Me incorporé, te arropé delicadamente y salí de allí no sin antes volver a mirar atrás.


Y sí, éste es para ti y sólo para ti.


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